sábado, 1 de febrero de 2014

El tambor

Fue cuando sintió el agua escurriendo por su cabeza, que Darío pudo despertar de su estado inconsciente. Solo le tomó un par de segundos darse cuenta que algo malo estaba pasando, algo que sin entender lo tenía ahí inmóvil y que todo daba a entender que las cosas se pondrían peor. No solo por el agua o que estuviese inmóvil. También estaba el hecho que se encontraba desnudo, sentado estratégicamente con las rodillas llegando casi a su mentón, tener tanto los brazos como las piernas encadenadas entre si y por encontrase de esa manera dentro de un tambor de acero. Era lógico que pocas posibilidades de salir vivo no tenia, pero mientras el tambor se llenaba lentamente con el agua fría, no dejaba de pensar que clase muerte le estaban destinando. La idea de morir ahogado era la más recurrente, remotamente tuvo la rebuscada idea que el agua fuera mezclada con soda caustica. Pero fuera como fuera, estaba seguro que no solo querían matarlo, también le querían ver sufrir.

El agua seguía cayendo lentamente y estaba llegando algo más arriba de su ombligo. Intentó de ver por sobre el tambor y ver en qué lugar estaba, pero el agua nublaba su visión para tener una pista en concreto. También intento saber quién o quienes estaban detrás de esto, pero quien llenaba el tambor estaba a su espalda haciéndose imposible verlo de momento. Por alguna razón no estaba amordazado, por lo cual fue cosa de tiempo que gritara por ayuda, suplicar y hacer preguntas de por qué él pasaba por esto.

-Ayúdenme, por favor no me hagan nada. Tengo dinero, les puedo dar dinero. Por favor no me maten, yo no he hecho nada. ¿Qué me quieren hacer? Yo no tengo que ver con nada, por favor. ¿Qué es lo que quieren? Juro que les puedo pagar si me dejan ir.

Pero fue en vano, el agua seguía llenando el tambor y nadie parecía estar preocupado por sus suplicas o por responder sus preguntas. Lloro un poco algo resignado, sea quien sea el que estaba detrás de todo, ya había escogido su suerte de forma sádica. Intento hacer memoria de que fue lo último que recordaba, eso mientras el agua ya estaba a punto de llegar a su cuello. Su último recuerdo se limitaba a la fiesta electrónica del sábado, de cómo se estuvo preparando antes del evento. De la previa en su departamento con amigos, de cómo designaron a los conductores y todo el entusiasmo de lo que parecía una noche inolvidable. Pues ahora era una ironía en esos momentos no poder recordar casi nada de esa noche, en eso pensaba cuando se dio cuenta que el agua ya había cesado de caer.

Pudo ver un poco el techo de lugar y con horror vio pasar la silueta de su verdugo. Era casi de película el ver que usaba una capucha, como si fuera una especie de monje oscuro. Se le veía que ponía algo frente al tambor mientras parecía acomodarse en algo. Una fuerte luz salió de del objeto recién colocado, dejando en claro que era una lámpara. Encandilado intento ver el rostro de su captor, pero poco pudo ver. La luz que le daba en los ojos, el que este usara capucha y más el hecho que llevara lentes oscuros. Nada le daba una idea de quien pudiese ser y tener la última esperanza de lo que pudiese ser una broma pesada, aunque no conocía a nadie capaz de hacer una broma así. Intento hablar de nuevo, pero su captor le hizo la señal de silencio con el dedo sobre su boca. Entendió que era mejor obedecer por el momento, lo que fuera para retrasar su destino. En eso vio cómo su captor levantaba un objeto con su mano derecha, no sabía bien que podía ser en un principio, pero al sentir que apretaba una tecla pudo adivinar que era una grabadora. Lo que escucho en ese momento le heló la sangre por completo, no solo porque la voz que salía de la grabadora era ronca y de ultra tumba. El mayor de los miedos era escuchar con esa voz, que su destino tendría un final terrible y lleno de dolor.

<<Hola Darío, tú no sabes quién soy pero yo sí creo conocerte algo. Podrás disculpar que no me presente, pero quien soy no viene al caso por ahora. Te preguntaras ¿qué te voy hacer? Te voy hacer sufrir, te are sufrir de tal forma que desearas morir y claro, vas a morir. Pero tendrás según se dice la muerte más dolorosa, vas a morir hervido como si fueras una langosta. ¿Por qué te hago esto? Se podría decir que es una venganza, ¿venganza de qué? Pues tienes los siguientes 10 minutos o una hora de lo que te lleve morir en poder responderlo por tu cuenta. Puedes gritar lo que quieras, incluso pedir auxilio, pero cada grito de dolor para mi será la música más selecta. Por algo no te amordacé y nadie te va escuchar más que yo, de otra forma hubiese tapado tu asquerosa boca. Ahora si me disculpas, prenderé la cocinilla que he puesto bajo el tambor. >>

Mientras la silueta del captor desaparecía de su vista para prender el fuego, intentó hacer un poco más de memoria en general de su vida. ¿Qué clase de cosa habrá hecho para merecer muerte tan horrible? ¿A qué clase de maniaco pudo hacer enojar de tal manera para terminar así? No creía haber hecho algo tan malo en su vida, no para el tormento que estaba a punto de pasar. En eso estaba cuando sintió como el metal bajo sus nalga y pies, recibían el calor del fuego directo. Volvió a suplicar y pedir perdón, pero le fue en vano. La suerte estaba echada, no había nada más que hacer que intentar recordar y ver si de esa forma podía distraerse en algo del dolor y el miedo.

De niño molestó a un compañero del colegio, pero no era el único y tampoco el que llevaba la batuta. No podía ser eso o tendría a medio curso cocinando a fuego lento. Una vez discutió con un viejo por un puesto en una fila, se dijeron un par de garabatos, pero no más que eso. Imposible que el viejo tuviese tan buena memoria y de haberlo capturado tendría que ser en la fiesta electrónica. La fiesta electrónica era la clave, ahí estaba la respuesta. Era claro que el sádico que lo estaba mirando hervirse vivo, estuvo en la fiesta y que sabía de antes que el iría. Solo tenía que recordar la fiesta, qué fue lo que pasó y  de quienes sabían de que el iría. Pero el calor del metal cada vez lo distraía más, sin contar que el agua cada vez estaba llegando a una mayor temperatura.

Fue cosa de tiempo para que Darío diera los primeros gritos, el calor se hacía insoportable y el dolor en donde rosaba con el metal no lo dejaba pensar. Por otro lado el captor y su silencio le hacía sentir pánico mezclado con odio. Fue también cosa de tiempo en empezar insultarlo, al final de cuentas moriría igual. Fue ante los primeros insultos, que detrás de la luz enceguecedora, le pareció ver lo que era una sonrisa. Fue extraño verlo sonreír, porque lejos de ser una sonrisa malévola, más bien era una sonrisa amable. Mucho más impresionante aun, era una sonrisa que parecía haber visto en algún lado, sin ir más lejos en la misma fiesta. Recordó que en un momento fue a comprar un ron, estaba algo ya borracho, pero el sudor del baile lo mantenía en buen estado. Un ron más no sería problema y fue a la barra por uno. Pero cuando estaba con el vaso en la mano, alguien se le tropezó en el camino botando gran parte del contenido. En un momento sintió rabia con el tarado que se le atravesó, pero este de forma amable le sonrío, le ofreció disculpas y se comprometió en comprarle otro trago. Quedo conforme e incluso le pareció un tipo correcto y amable. Pero dejo de recordar en un momento porque el agua ya estaba llegando a su máximo punto de ebullición, ahora el dolor era generalizado desde la planta de sus pies hasta el mentón.

No podía pensar más que en el dolor y el ver como el agua hacia sus primeros gorgoritos no le ayudaban a pensar en otra cosa. También estaba el hecho de ver como su piel comenzaba a enrojecer rápidamente y en algunas zonas incluso a desprenderse. Era preferible ver hacia la luz y ver la cara del maldito sonriente, el mismo que compro el trago de compensación. Siempre estaban esas leyendas urbanas con la moraleja de no recibir tragos de alguien desconocido, pero nunca podría de sospechar de una sonrisa tan amable como esa.

-Estabas en la fiesta, tú tropezaste conmigo. ¡Contesta! ¡Dime quien eres desgraciado!

Pero no hubo más respuesta que una señal hacia arriba de su pulgar derecho, no emitió ningún sonido y seguía mirando a Darío hervir en agua. Mientras Darío se retorcía y exclamaba el dolor de ya sentir su piel desprenderse por completo, dejando las carnes vivas expuesta. Ante ese panorama era mejor seguir recordando y buscar distraerse un poco de como el agua hirviendo parecía penetrarle hasta los huesos. Ya sabía que era el tipo amable de la fiesta, de que fue obvio que algo puso en su trago y que el plan le salió de maravillas. ¿Cuál fue el motivo? Pues ya no podía pensar en una respuesta lógica, no cuando te das cuenta que parte de tu grasa comienza a derretirse y flotar junto con los pedazos de piel en el agua.

Morir, solo queda morir para poder terminar con todo el tormento, el horror y no tener que aguantar al sádico, silencioso y sonriente. Morir y todo terminaría de una vez. Que le pagaran un balazo, le abrieran el cuello o algo más rápido que estar cocinándose dentro de un tambor. Ya no sabe cuánto tiempo ha pasado desde que recuperó la consciencia, pero ha sido tan eterno todo, que ya solo quería que terminara. Que terminara el dolor, la humillación y la sonrisa del maldito que tenía en frente. Era tan desagradable como la misma tortura, esa sensación de que disfrutaba su dolor. Dolor por el cual ya estaba sintiendo incluso en sus entrañas y cada órgano interno. Pero esa sonrisa no solo era de la fiesta, por alguna razón recordó la foto del ex de una antigua conquista. En una fracción de segundos todos los cabos estaban atados y ya no había dudas. <<Tú eres el ex de…>>. Pero no pudo terminar la frase y mientras sentía que ya se quemaba por dentro. Dio su último respiro mirando la sonrisa de su verdugo, mientras este le hacía un gesto de despedida con la mano sin decir ni una palabra.




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