jueves, 11 de septiembre de 2014

El chileno promedio

El chileno llega a su casa a prender la TV y es como si leyera el  Corán o la Biblia. Se queja de los políticos, se queja de los encapuchados y se enoja por el fútbol. El chileno promedio siente deseos de comprar un celular nuevo y ahí encuentra morfina, la paz que tanto la pantalla le aconseja.

El chileno promedio no es persona, puede parecerlo pero no lo es. El chileno promedio es funcionario, usuario, cliente, paciente, presidario, estudiante, pensionado o simplemente un puesto en una fila, pero nunca es persona. El chileno promedio dejo de ser persona un 11 de septiembre de 1973, entre el miedo a las balas y la vida maravillosa de los gringos por televisión.

Ahora el chileno promedio anda por la vida llenando calles y metros. Tiene valores como la familia y el trabajo limpio. Pero cree tener valores que no posee, como la paz y la solidaridad. Nadie que crea en la paz anda tocando la bocina o subiendo al transporte público a codazos. Nadie que crean en la solidaridad espera las 48 horas amor para hacerlo. El chileno promedio no es pacifista, el chileno promedio es pasivo.

Al chileno promedio se lo cagan y no hace nada más que poner mala cara. Le suben el pan y pone mala cara. Le suben el pasaje y pone mala cara. Le suben los combustibles y pone mala cara. Le bajan los pantalones, le meten la verga hasta que le toque el cerebro y solo pone mala cara. El chileno promedio estúpidamente grita “paz”, en vez de “venganza”.

El chileno promedio solo sabe tener miedo e intentar no morir. Vivir parece peligroso en ocasiones, incluso hasta inmoral. El chileno promedio cree en el judío zombi o en el horóscopo. Rara vez cree en sí mismo.

El chileno promedio es solo una consecuencia de muchas circunstancias y casualidades. Desde el mismo Big-Bang, pasando por vivir en el culo del mundo (Santiago es el asterisco), llegando incluso a los matinales hablando siempre del último temblor. El chileno promedio es un malvado plan de la mercadotecnia universal.

El chileno promedio no sabe a quién odiar y suele terminar odiando a sus pares. Argumentos como el fútbol o el gusto de musical. El chileno promedio no sabe a quién odiar y mucho menos tener argumentos sólidos. El chileno promedio escucha una campana y babea.

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